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sábado, 24 de junio de 2017

Michael Cimino. Las puertas de América.

Una bala, una montaña. 1. Primera selva, primer infierno. En el primer plano de ‘El cazador’ (1978), de Michael Cimino, se perfila en el horizonte una selva de metal, una fábrica siderúrgica cuyos árboles son torres que expelen humo. En su interior, el fuego, donde los trabajadores consumen buena parte de sus días. Esta es una selva en la que nada cambia, en la que poco o nada sucede; los acontecimientos que son requiebros en la fragua de la rutina (de la inercia y la costumbre), son eventos extraordinarios, otros rituales, como la boda de uno de los cinco amigos. La aparición, o irrupción, del soldado de permiso en la boda, es como un fantasma dickensiano que anuncia que no hay futuro. No hay casi ni palabras, sólo un escueto y contundente ‘que se joda’ (la guerra, el país, todo). Para Mike (Robert De Niro), un obseso del control, matar a un ciervo es la acción que le reafirma en que aún es alguien, en que vale para algo, que aún puede dominar la realidad. The deer hunter (El cazador de ciervos), es el título original. Porque se caza y dispara, con una sola bala, sobre una criatura viva, que convierte en símbolo: su cornamenta es como un corona simbólica para Michael, cuya mirada eficiente es un punto de mira, es la mirada de la inconsciencia, la mirada que se mira a sí misma reafirmándose en lo que tiene en el punto de mira. El espectro diría: que se joda. Para Nick, en cambio, son los árboles, la montaña, ese otro espacio, el de la naturaleza, del que parecemos desconectados, o sólo vinculados a través de la ciega visceralidad. Elipsis sin transición. Del canto de los amigos en el bar, en el espacio hogar, al campo de batalla. La selva del otro infierno. Mike despierta, inconsciente tras algún enfrentamiento. La película de la guerra no es como se esperaba. Caos, crueldad, carne desgarrada, dolor, muerte. Un vietnamita lanza una bomba en un refugio oculto en el suelo, en donde están hacinadas mujeres y niños. Mike le abrasa con un lanzallamas. Mike sigue en la fragua, entre fuegos. No son las vacaciones que esperaba. ¿Es una pesadilla o realmente ha despertado? La caza ya no es una acción en la distancia con una criatura nada amenazante como un ciervo, que sólo huye. La guerra es dispararse a la sien, no se puede condensar mejor lo que es. El retorno: Cuando Mike regresa ya no puede disparar sobre el ciervo. Ya la caza no es aquella fuga que le reafirmaba en vanas proyecciones. Si antes despreciaba al espectro con uniforme militar que apareció en la boda, ahora es como él (con el mismo atavío). Huidizo, sabe que no tiene nada que celebrar. Sólo le resta recuperar algo que le permita poder habitar ese infierno en el que no pasa nada y nada cambia, recuperar a la consciencia de la sensibilidad ecuánime, de la relación conciliada con el entorno y los demás, representada en Nick, el hombre que apreciaba ante todo los árboles, las montañas, aún extraviado en Vietnam, en el circuito de autodestrucción de la competición de ruleta rusa.
2. “ La armadura hace a los caballeros, la corona a los reyes, ¿qué somos nosotros?” Quien pronuncia estas palabras como una interrogante que destila causticidad y desolación, en una de las secuencias brecha, por su condición de reveladora ruptura fantástica, de la excelsa 'La puerta del cielo' (1980), de Michael Cimino, se desvanece en el humo, o como humo. El humo le cubre como esa misma interrogante, y cuando se despeja, ya no está: la respuesta es: nada. O un vacío rebosante de arrogancia y suficiencia, cuyo emblema es Canton (Sam Waterson), el líder de una Asociación de Ganaderos, quien comanda el grupo de mercenarios que acaban de descender del tren, y que se disponen a eliminar, ejecutar, a 125 inmigrantes. Canton se considera y se siente de una clase o alcurnia superior. Los inmigrantes son intrusos, porque son agricultores que estorban con el cultivo de las tierras los territorios de paso de ganado, porque matan alguna res por necesidad, para alimentarse y poder sobrevivir, y porque son extranjeros que pretenden hacerse un hueco en un espacio, un territorio, que no es propio. La Asociación de ganaderos, la Oligarquía, tiene que poner orden en su feudo. Quien dice esa frase, Irvin (John Hurt), pertenece a esa oligarquía, a esa clase privilegiada, pero no se siente parte integrante de la misma, porque no comparte su actitud. Es un personaje escindido. Es un personaje derrotado que se siente incapaz de luchar. Es por tanto el bufón del rey. Los bufones acaban desapareciendo en su lucidez sobre todo cuando no resuelven su contradicción. El es nada, porque no ha logrado definirse, posicionarse. Es el complemento y reflejo y a la vez reverso del héroe, Averill (Kris Kristoferson). Su incapacidad de actuar contrasta con la de quien sí sabe actuar, aunque el héroe vacile y varíe en su determinación. Es un héroe con sombras, que pierde también pie, aunque sea de modo provisional. Tristeza, es la última palabra de Irvin antes de fallecer. Tristeza es lo que destila Averill en esas secuencias finales en las que el silencio pesa. La tristeza de la derrota del héroe que no sólo no logró transformar un escenario de injusticia sino que retornó al redil de una pertenencia que es simulacro y cautiverio. Entre el humo y la nada, la tristeza.
3. No fue la magistral 'La puerta del cielo' el mayor descalabro económico de la filmografía de Michael Cimino, sino su séptima y última obra, 'Sunchaser' (1996), que recaudó sólo 30.000 dolares en territorio estadounidense cuando su presupuesto ascendía a 31 millones. Aquel Canton que cimentó el país que hoy es Estados Unidos encuentra su correspondencia, su fruto de mentalidad, un siglo después, en un reconocido oncólogo orgulloso de poseer un deportivo y una casa que cuesta millones, Reynolds (Woody Harrelson). En suma, la quintaesencia del espécimen que había sido propagado como esporas en la década de los ochenta, entre yuppies y otros ávidos arribistas y consumidores de cualquier cara pertenencia que indicara la distinguida posición económica. Como reflejo de ese tumor materialista tan extendido en nuestra sociedad se confrontaba con un delincuente nativo americano con nombre melancólico, Blue (Jon Seda), que padecía un cáncer no figurado sino físico. La metáfora era manifiesta, como el viaje que ambos realizan, en principio uno como secuestrador y el otro rehén, y más tarde como cómplices, porque el trayecto hacia esa zona de los indios navajos en el mítico Monument Valley es la búsqueda de la consecución de una cura para ambos, para los diferentes tumores que padecen. Reynolds revive, como Michael, porque modifica, reanima, su mirada (ya sin punto de mira hacia la ambición y los lujos). Cena muere o se funde con las aguas, en un bello final de cariz poético, que desdeña el verosímil realista, como extensión del personaje de Nick en su amor y aprecio por la Naturaleza. Ambos personajes, para Cimino, nos indican la dirección de las montañas, no la de la bala de nuestra desconexión de la Naturaleza y de nuestra degradación como seres sociales codiciosos y ensimismados.
4. 'Sunchaser' fue un más que digno colofón en la filmografía de este cineasta tan controvertido. Sobre esa condición polémica y sobre su singular mirada se ha dicho mucho. Ahora, el libro 'Michael Cimino. Las puertas de América', editado por Cine ultramundo, y coordinado por Miguel Díaz González, aglutina todas esas diversas miradas y también aporta las propias. Es una publicación generosa en imágenes e información, su faceta, sin duda, más destacable. El análisis de cada una de las películas dispone de un correspondiente suplemento de Así se hizo. Estos, escritos por Ivan Suarez, quien planteó la idea de propulsar esta edición, se erigen en los textos más sugerentes. Entre los análisis destaca, sobremanera, el de Jordi Reverte sobre 'Un botín de 500.000 dolares'. Extrae sustanciosos aspectos de una película excesivamente minusvalorada: La historia, cantada o no, de Thunderbolt y Lightfoot es también la de casi cualquier gran personaje del cine de Michael Cimino, hombres y alguna mujer en guerra con un sistema al que no pueden vencer, pero ante el que sólo pueden responder siguiendo su instinto hasta sus últimas consecuencias. Están en guerra desde la independencia o el desengaño, desde dentro y desde fuera, pero siempre en natural fricción con un entorno que les empuja sí o sí al desastre (…) Su historia acabará siendo, también, la de un Cimino que como autor acabará derrotado por Hollywood. Relegado al fracaso como sus criaturas, pero un fracaso impregnado de melancólica y adusta belleza. También merecen mención los interesantes textos de Suárez sobre la magnífica 'Manhattan Sur' y 'Sunchaser', o los que realiza, con exhaustiva información, sobre los años de Cimino como realizador de anuncios publicitarios y guionista, sus proyectos no materializados o las dos últimas décadas de su vida en la que no logró volver a dirigir, excepto un cortometraje integrante de una producción colectiva que celebraba el 60 aniversario del festival de Cannes. No es un libro complaciente, como evidencian el texto cuestionador de Suárez sobre ese cortometraje o los de Jorge Fonte sobre 'El siciliano' y '37 horas desesperadas' (que, a diferencia de él, sí me parece superior a la adaptación previa de William Wyler).
Ivan Suárez apunta en su introducción: La frase promocional que el director eligió para 'La puerta del cielo rezaba': “Lo que amamos de la vida son las cosas que se desvanecen”. Si 'Michael Cimino. Las puertas de América' contribuye a que el nombre de Cimino no se desvanezca ya será todo un éxito para nosotros. Desde luego, este libro es un oportuno recordatorio de cuantas miradas le enfocaron a través de un punto de mira, en ocasiones desenfocado, en otras con una arrogancia inclemente que superaba a la que le achacaban a él (el reverso siniestro de la tribuna de la crítica). También sobre cómo mantuvo la integridad de su mirada tras el varapalo, tanto crítico como económico, sufrido por 'La puerta del cielo', más allá de que tropezara con imposiciones que desvirtuaron sus propósitos, como en 'El siciliano', o que no consiguiera realizar obras de la magnitud de 'El cazador' o 'La puerta de Cielo'. Aunque coincida con Suárez en que 'Manhattan Sur sí lo es. Y, de todos modos, ¿cuántos logran realizar sólo una obra de tal calibre?. Cimino, consiguiera una obra magistral, irregular ( o fallida pero no mala, como califica Fonte a 'El siciliano'), aunque nunca carente de interés, destacó como una exuberante mirada lúcida y singular que se esforzó en que dejáramos de mirarnos del modo más autocomplaciente. Y, en sus mejores obras o momentos, con una hondura emocional que hubiera reverenciado su admirado John Ford.
Mike: ¿Te acuerdas de los árboles, Nick, de las montañas? Nick: Sólo una bala ¿eh?

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