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viernes, 4 de agosto de 2017

Wyatt Earp

La leyenda y el mito: el hombre y la acción. El prólogo de 'Wyatt Earp' (1994), de Lawrence Kasdan, destaca un hecho, que se convertió en acontecimiento, y una figura, que se convirtió en emblema. Nos ubica en los prolegómenos de un duelo que se convertiría en el duelo entre los duelos, el duelo en OK Corral, a las 3 de la tarde el 26 de octubre de 1881, representación quintaesenciada de una mítica relacionada con el Oeste, con una civilización en proceso de formación, por lo tanto aún fronteriza, entre el caos, o la imposición de la ley del más fuerte, y la organización social regulada, la estructura, y a la vez como definición física, inmediata, de la naturaleza del entramado de una civilización que no dejará de fusionar lo salvaje y lo estructural: el enfrentamiento violento entre dos contrincantes por el dominio de un territorio, por detentar el poder económico, entreverado, en este caso, por la rivalidad sanguínea, entre familias, los Earp frente a los Clanton y los McLaury, pertenecientes a un grupo de forajidos, llamados Los Cowboys, que dominaban el territorio: la visceralidad convive con el cálculo (en pos del enriquecimiento). Por otro lado, ese prólogo nos presenta a la figura principal, Wyatt Earp, en sombras, y de espaldas, lo que que equivale a una interrogante: ¿Quién es ese hombre? Y aún más, como revelará el desarrollo dramático. ¿Por qué, en parte, se convierte en sombra? Wyatt Earp es una figura real que se convirtió en leyenda (la representación de la implantación del orden), pero la narración auscultará sus sombras y contradicciones, su esquinado relieve. Los encuadres destacan objetos: la pistola, que representa el enfrentamiento, la violencia como resolución de conflictos, que ensombrece la misma naturaleza, o justificación, de la Ley, o de quien detenta la posición de la Ley. El escenario, un bar, también es relevante, como también se desvelará posteriormente. Es el escenario que le confronta con su fragilidad, con la pérdida como inexorababilidad en la vida.
La Ley y la sangre. En los primeros pasajes, la infancia de Wyatt, se confrontan dos ideas o dos percepciones. El padre, Nicholas (Gene Hackman), inocula a sus hijos el aprecio y respeto por la Ley, así como la convicción de que lo primero en la vida, lo único que tienes (o la certeza en la que te puedes apoyar) es la familia. Dos leyes, escrita y no escrita, se conjugan, la ley que establece una estructura social, una guía y referencia de valores, y la de la sangre. Lo primero son los tuyos, los propios. En una visita al pueblo, Wyatt es testigo de un duelo improvisado, en el que ambos contendientes quedan fatalmente heridos. La sangre evidencia el desgarro de sus cuerpos, la convulsíón, el dolor, la pérdida de la vida. La violencia evidencia su obscenidad, la desolación de sus consecuencias. Wyatt siente nauseas. La violencia se puede asimilar si impones distancia, si no eres consciente del daño.
La ilusión y la pérdida. Hay un momento, durante su infancia, en el que Wyatt apunta a la luna llena. En su juventud, cuando ya trabaja para el ferrocaril, hay otro instante en que apunta hacia los fuegos artificiales. Lo hace tras la resolución exitosa de un duelo en el que no ha tenido que hacer uso de la violencia, de la pistola, que se niega a utilizar, porque es ya consciente del daño que efectúa en los cuerpos. Con ingenio, utiliza una bola de billar para abatir a su contrario, quien buscaba el duelo por mera afirmación de poder viril. ¿A qué apunta Wyatt? ¿Cón qué alturas se sueña, que se esperan abatir, como realización? ¿Qué escenario de vanidad, mera pirotecnia, es aquel en el que demuestras tus habilidades con un revolver, que implica la extracción de una vida ajena? ¿No es el ego una pirotecnia que ofusca la percepción?. Wyatt se enamorará de una mujer, Urilla (Annabeth Gish), que representa la luna llena, las alturas del sueño, la celebración de color en el firmamento. Entre flores, declara cómo su felicidad reside, y se condensa, en la ilusión de vivir junto a ella durante toda su vida. Pero la enfermedad, el tifus, sustrae la ilusión. La cámara se desliza entre las flores y encuadra a través de la ventana el cuidado del cuerpo enfermo por parte de Wyatt. Con su muerte, Wyatt se derrumba, y se pierde. Busca el aturdimiento en el alcohol, y se convierte en una figura a la deriva que no duda en robar por conseguir los dolares necesarios para la correspondiente dosis de alcohol. Como le dirá su padre, la vida se define por la pérdida. Siempre habrá alguien que se ame a quien se perderá. El aprendizaje de la vida pasa por la asunción de la perdida. Es una cuestión recurrente en el cine de Kasdan. Personajes que se cubren con un caparazón de alergias vitales, como si protegieran de la intemperie de la vida, de los imprevistos, o de las contrariedades, caso del protagonista de 'El turista accidental' (1988), o la protagonista de 'French kiss' (1995), o los personajes que atiende el psicólogo de 'Mumford' (1999), un psicólogo que es, precisamente, efectivo por su consciencia, y vivencia, de las sombras (del extravío).
La gestación de la armadura de un espectro. Wyatt más que curtirse se cubrirá con una armadura protectora. Se convierte en cazador de bisontes, pero esa ingente cantidad de pieles reflejan la costra protectora con la que se cubre. Matar figuras indiferenciables parece neutralizar la consciencia del acto de matar, así como la consciencia de la muerte (la cosifica). Rechaza el alcohol, porque refleja su derrota pretérita, cómo el dolor le superó. Ahora dispara a lo que no siente como vivo, porque no se siente vivo. Desuella bisontes para contrarrestar la sensación de haberse sentido desollado por la vida. Se ha convertido en alguien que pretende derrotar al dolor, más que convivir con él. Por eso cuestiona la sensibilidad de Ed Masterson (Bill Pullman), primero compañero como desollador de bisontes y después en las lides de la defensa de la Ley, por considerar que potencia su vulnerabilidad. No se puede priorizar el diálogo o las buenas maneras, sino la contundencia expeditiva. El otro es alguien que puede crearte problemas, un potencial rival. Por eso, incluso, hay que anticiparse a la posible amenaza. La muerte de Ed durante una detención, por usar maneras atentas, parece refrendar esa necesidad de ser un espectro con armadura.
Los hermanos y las mujeres. Wyatt se asienta, primero en Dodge City, y después en Tombstone, con tres de sus hermanos y sus respectivas esposas. Su traslado a la segunda población ya suscita enfrentamientos con las mujeres, quienes no aceptan esa idea, ese cambio. Wyatt quiere algo, otra luna, otros fuegos artificiales, y quiere trasladarse a Tombstone porque quiere allí afianzar unos negocios, enriquecerse, sin tener que centrar su vida en el trabajo de representante de la Ley. Para él, sus hermanos, son como extensión suya, como otras capas de piel de bisonte con las que se protege de la intemperie de la vida. Ese lazo sanguíneo supone para él la protección, como una ilusoria cicatriz, de la consciencia de la pérdida. Le hace sentir que la realidad está completa, sin fisuras, como un caparazón. Las mujeres son figuras secundarias, y en buena medida, porque su relación con las mujeres ya es otra desde la pérdida de la mujer que amó. Por eso, su relación con Mattie (Mare Winningham) no se sustenta en el amor, sino en la carnalidad, casi como si fuera un trámite comercial. Es una compañera que satisface primarias necesidades, despreocupado, o inconsciente, del daño que causa en ella su indiferencia. Dolor que se acrecentará cuando Wyatt vuelva a enamorarse. Y lo hará de una actriz, Josie (Joanna Going). Un escenario trastoca el escenario emocional que había configurado en su vida para no sentir vulnerabilidad. Una actriz evidencia esa representación conveniente que había establecido en su vida como un actor convencido de que actúa como si no lo fuera. Las consecuencias inevitables: el daño irreparable en quien había utilizado como mera compresa emocional. Wyatt, consciente de ese daño, parece caer de nuevo en los abismos de la desesperación, y decide, de nuevo, tomar una copa. En esta magnífica secuencia, nuclear en el trayecto dramático de la narración, su amigo Doc Holiday (extraordinario Denis Quaid), su reflejo herido, enfermo, en el espejo, aquello que no quiere ver en sí mismo, pero si asimila en el Otro, en quien considera su mejor amigo (quizá por ello mismo, en buena medida), intenta impedir que lo haga. Le dice que no tenemos cargas, sino que somos lo que hacemos. De nuevo, en la misma medida que debemos confrontar la pérdida, también debemos asumir nuestros actos, nuestros errores, el daño que infligimos. Somos todo lo que tenemos, más allá de cualquier ilusión, en esa incertidumbre que es la vida.
El duelo y las sombras de la sombra. Wyatt se empecina en permanecer en ese lugar, pese a las diferencias cada vez más violentas con Ike Clanton (Jeff Fahey), los McLaury y los otros secuaces (Frank Stilwell, Pete Spence o Curly Bill Brocius). Esa decisión obcecada deparará consecuencias trágicas. Todo el escenario que había armado como si creyera que fuera inquebrantable se desmoronará evidenciando que era una mera sombra que vivía de la ilusión de invulnerabilidad, como dicen de él que no parece haber balas que le alcancen. Pero sí a los que ama. Y la pérdida vuelve a arrasar su vida. El duelo no termina en el duelo. Y el duelo armado se trastoca en duelo por las sucesivas pérdidas. Aquellos a los que se enfrenta, a los que derrota en ese duelo en OK corral (que realmente tuvo lugar en un callejón cercano, como refleja esta película a diferencia de anteriores versiones), no asumen la derrota, ni la pérdida (muere Billy, el hermano de Ike en el enfrentamiento), y deciden buscar la venganza en la clandestinidad de la noche. Virgil (Michael Madsen) es herido de gravedad, quedando lisiado, y Morgan (Linden Ashby) muere.
Mientras 'Pasión de los fuertes' (1946), de John Ford y 'Duelo de titanes' (1957), de John Sturges, las obras más renombradas que han abordado este hecho y estos personajes concluían con el citado duelo, 'Las horas de las pistolas' (1967), de John Sturges, igual de magistral que las anteriores (y que la menospreciada obra de Kasdan) se centraba en la ejecución por parte de Wyatt de quienes habían atentado contra sus hermanos. El trayecto dramático de la película culminaba con la asunción de Wyatt de que se justificaba en su condición de representante de la Ley, como si creyera que simplemente la estaba aplicando, cuando realmente estaba materializando una visceral venganza, un mero ajuste de cuentas personal. Por eso, decide dimitir de su cargo porque no se considera merecedor de representar la ley La sangre ofusca y ya se difuminan los límites. Wyatt busca la venganza, como un espectro en sombras que ejecuta sin compasión, como quien simplemente devuelve lo que le han hecho. Es ya a la vez un representante de la Ley y un forajido, como apunta Doc. Ya no es lo que creía ser sino lo que veía y aceptaba en la distancia, en Doc. La enfermedad, como la fiebre tifoidea que mató a la mujer que más amó o la tuberculosis que mina el organismo de su mejor amigo, brotó en sus actos, y se convirtió en sombra ejecutora. Una figura que, simplemente, parecía inmune a las balas, como si no dispusiera de cuerpo, como si fuera un espectro en vida. Aquel mismo año, 'Tombstone', de George Pan Cosmatos, que sí fue un éxito en taquilla, establecía un distinto trayecto: Earp hasta el momento del duelo era quien menos disposición, entre los hermanos, mostraba para volver a representar la Ley. No le importaban los conflictos y enfrentamientos con Clanton y demás sino sólo sus negocios (en el juego). Como un Bruce Banner que se transformara en Hulk, tras el atentado contra la vida de sus hermanos se transfigura en una especie de infierno ambulante que, de modo, encarnizado ajusticia a quienes provocaron su furia por dañar a sus seres queridos.
Los relatos siempre son mejores que la realidad. En el epílogo, un joven le relata a Wyatt y su esposa, décadas después, una historia que un pariente le contó sobre Wyatt en sus tiempos de sheriff (los actos que le convirtieron en leyenda, o la leyenda que se imprimió sobre su figura). Un relato en el que Wyatt, precisamente, se enfrenta a quienes se dejan llevar por la visceralidad, el impulso de tomarse la justicia por su mano. En ese relato, Wyatt se lo impidió, enfrentándose él solo a toda una multitud. Wyatt apostilla que la historia fue verdad, como el niño que desesperado se agarra a una luz imaginaria, mientras su esposa, como una madre, le calma diciendo que fue verdad. Al fin y al cabo, aquellos hombres actuaban como él había actuado cuando quiso vengar el atentado sobre la vida de sus hermanos. Resulta más complaciente agarrarse a la leyenda, a un relato, como imagen conveniente, que afrontar las sombras del daño que infligió cuando ya no era un representante de la Ley sino de la furia. Esa era la naturaleza de su sombra. La sombra que no salió victoriosa en el duelo de la pérdida. James Newton Howard compuso una extraordinaria banda sonora

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