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sábado, 28 de octubre de 2017

El secreto de Marrowbone

La casa de no se sabe quién. 'Los otros' (2001), de Alejandro Amenabar hacía añorar su modelo de referencia, la magistral 'Suspense' (The innocents, 1961), de Jack Clayton, adaptación de la novela de Henry James, 'Otra vuelta de tuerca'. 'El secreto de Marrowbone' (2017), de Sergio G Sanchez hace añorar otra obra de Jack Clayton, 'A las nueve de cada noche' (1967). Cierto, la obra de Amenabar intentaba ajustarse, casi como réplica argumental y atmosférica, al molde del precedente, sustentando su singularidad en su giro final. La obra de Sanchez decide tomar otras direcciones. En 'A las nueve de la noche', los siete hijos deciden no compartir la muerte de su madre con nadie, y optan por aislarse, por crear su propio mundo, su propia sociedad, en la que la figura de la madre sigue siendo el referente, ahora convertida en entidad trascendente. La figura del padre ausente, Charlie (extraordinario Dirk Bogarde) irrumpe para poseer, dominar, deteriorar y anular un espacio. El hogar y los mismos hijos se convierten en otra pantalla en la que dirimir una contienda suspendida, o interrumpida, el desencuentro en un matrimonio que determinó su huida. No es un fantasma, por cuanto no es figura sobrenatural, pero irrumpe cual 'aparición' en la realidad estructurada de los niños, y realiza una progresiva acción de posesión y apropiación de ese espacio. Hasta su 'aparición', era la 'casa de nuestra madre', como refleja el mismo título original (Our mother's house), y en ese posesivo ya se anuncia el territorio de combate con la figura intrusa paterna. En la obra de Sanchez, también se inicia el relato con la muerte de su madre. En en este caso son cuatro hijos, quienes también deciden, por otras razones, no notificar el fallecimiento. También hay una figura paterna amenazadora, pero su presencia, así como la razón del por qué de su amenaza cobrará relevancia ya avanzada la narración. Lo que nos lleva a por qué la obra no funciona ya desde su propia construcción dramática.
Si una narración la edificas sobre las omisiones y la intriga alrededor de las piezas de un puzzle que irás desvelando de modo dosificado es fundamental la creación de una atmósfera, de un 'estado', que insinúe, como una sombra que siempre parece entrevista, de ahí su perturbadora condición, la entraña del conflicto. La obra de Clayton destacaba por la modulación de una atmósfera turbia, que introducía, como una infección, un extrañamiento. Esa cualidad ya era manifiesta en 'Suspense', como si la atmósfera fuera la emanación del conflicto interior de la institutriz protagonista encarnada por Deborah Kerr: los fantasmas quizá eran emanación de su represión. En 'A las nueve de cada noche', la atmósfera parecía impregnarnos como si nos sintiéramos en el interior de una habitación de aire viciado. Los colores y la luz poseían una condición amortiguada, empañada, como un objeto empapado por la lluvia En la obra de Sanchez no hay atmósfera alguna. Las imágenes resultan pulidas, como si hubieran sido estirilizadas. En la obra mencionada de Amenabar, al menos, se apreciaba, puntualmente, en determinadas secuencias, el logro de atmósferas inquietantes, aunque el substrato de la obra fuera menos denso que el de la obra de Clayton, casi reducido a la sorpresa final. En la de Sanchez, es escaso, y diría que se reduce a una única secuencia.
La trama se sostiene sobre interrogantes: ¿Por qué madre e hijos se esconden en esa casa rural y cambian su apellido a Marrowbone? ¿Por qué hay un hombre que les persigue, ese que dispara sobre la casa, antes de los títulos de crédito?¿Por qué hay una caja con dinero entre las rocas junto al mar?¿Por qué tapan los espejos con sábanas?. El primer tramo, desde que se haga una elipsis, con los títulos de crédito, que supone una crucial omisión que no se revelará hasta los pasajes finales, se define por su construcción deslavazada, por su incapacidad de jugar con la sugerencia y con la conjugación de los diversos elementos relacionados con la trama y los personajes. Hay una completa falta de cohesión y continuidad tonal. Se puede pasar de una secuencia inquietante a otra que parece pertenecer a otra película, en lo que también colabora la equivocada banda sonora (por momentos, la película parece hecha con retales de diferentes posibles películas, como una criatura frankensteiniana hecha con trozos de diversos cuerpos). Sanchez también intenta jugar con la posibilidad de que exista una amenaza sobrenatural, pero todo parece deshilachado, sin saber pautar las sugerencias, y por tanto desaprovechándolas (de entrada, el relato al hermano pequeño de por qué ocultan con sábanas los espejos, relacionándolo con fantasmas; después, la ambivalente presencia amenazadora del padre). Como desperdicia el uso del escenario, con reminiscencias del relato gótico: desde el tronco con forma de calavera a la puerta emparedada del ático.
Sanchez, como si hubiera puesto el piloto automático de unos clichés múltiples veces repetidos, parece orquestar la narración a brochazos, como si lo hiciera desde una emborronada distancia. Al menos Juan Antonio Bayona dirigió con aplicación su guión, que él infructuosamente se había esforzado en dirigir, de 'El orfanato' (2007). Aunque careciera de particular inventiva, al menos las piezas parecían ajustadas. En este caso, todo parece, del modo más torpe, supeditado a una serie de giros finales que van modificando nuestra percepción del relato para simplemente extraer el mínimo rigor que aún pudiera quedar, como si habitáramos una película que no se sabe de quién es, ya que nos transmite la sensación de que sólo queda el borroso y desmañado residuo de la plantilla de un modelo. Podría ironizar con la presencia de la estimable presencia de Anya Taylor-Joy, protagonista de la sí excelente 'Múltiple' (2017), de M Night Shyalaman, alguien que, a diferencia de Amenabar y Sanchez, además de jugar con los giros sorpresivos de la narración sí sabe dotar de complejidad al conflicto dramático y a su substrato. Pero para qué. Mejor invitar a revisar las obras de Clayton.

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