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domingo, 3 de diciembre de 2017

En el curso del tiempo

'En el curso del tiempo' (Im lauf der zeit, 1976), de Wim Wenders, es el relato de una deriva en la que dos personajes se concilian con el tiempo. Figurantes errantes o extraviados, tanto Bruno (Rudiger Vogler), un itinerante reparador de proyectores, como Robert (Hans Zischler), que nos es presentado precipitándose con su coche en un rio, conseguirán, en este viaje, de población en población donde Bruno tiene que reparar algún proyector, que lo que en principio es un movimiento sin dirección, errático o inercial, se transforme, al conciliarse con el pasado, en un rescate que les hace sentir que habitan el tiempo, que tienen historia. Lo reconoce Bruno, en una de las secuencias finales, cuando agradece a Robert, al que ha dejado acompañarle en su trayecto, y con quien ha consolidado una amistad, su restitución como ser en el tiempo. Robert lo había dicho de otro modo en otra secuencia previa: 'él es su historia'.
En la narración se superponen varios conceptos de historia. La Historia de un país, un pasado con el que reconciliarse, un pasado que asumir (la primera secuencia es un diálogo entre Bruno y un músico, durante las proyecciones del la era del cine mudo, que reconoce fue nazi). La deriva de una identidad entremezclada, o subconsciente colonizado (cómo les ha influido en su forma de ser o sentir el cine norteamericano). Los pasados personales: por un lado, el encuentro tras seis años entre Robert y su padre, editor de un periódico en un pequeño pueblo: un intento de al menos restituir un diálogo entre las diferencias por irreconciliables que sean. Por otro, la visita de Bruno al que fue su hogar, ruinas de un tiempo que ya no es, pero permanece en el recuerdo ( con el que se reconcilia a través de su aceptación como memoria: el basamento de lo que fue, o cómo se perfiló, es parte consustancial de lo que es: el movimiento de la construcción de la identidad singular es un proceso); una secuencia en la que palpitan las influencias del cine de Nicholas Ray, de hombres errantes en busca de un hogar en el mundo, aunque sea en su propio movimiento, como evidencia también el final, cuando ambos se separan ( en el encuadre, conjugados, en distintos términos dentro del mismo, el tren en el que se va Robert, y Bruno en su camión).
Wenders hace de ese movimiento interno narración, con la fluidez de su modulación, sostenida sobre flecos de narración, los huecos o espacios en blanco de las pausas o tránsitos (incluso el mismo movimiento lo parece porque ellos parecen estar varados, por la inercia o el atasco). La grisácea fotografía de Robby Muller y Martin Schaffer incide en esa sensación de duermevela, de personajes que van reencontrando su corporeidad. La trama está difuminada en el movimiento que aún parece espasmódico, como si los encuentros, en cuanto condición de reflejos, fueran los impulsos, o las contracciones, que necesitaran para 'arrancar' por fin: el hombre cuya mujer se estrelló contra un árbol, extraviado en una fábrica abandonada; Robert parece en el inicio de la película alguien que decide estrellarse, como si quisiera borrar su vida, o la frustración por su sensación de fracaso, en las diversas facetas de su vida (como esa fotografía de una casa que rasga antes de lanzarse al agua).
La relación de Bruno con la taquillera de un cine, Pauline (Lisa Kreuzer), que evidencia la condición escurridiza, fantasmal, de Bruno, como si no lograra sentirse presente; parece averiado como los proyectores que arregla; en las secuencias finales reconocerá que siente que ha estado buscando a 'la mujer' en todas las mujeres, y siempre con la sensación de que pese a que estuviera dentro de ellas no se sentía junto a ellas. La representación improvisada, cómica, que montan tras una pantalla, para unos niños, sombras que retrotraen a la infancia del cine, y a su propia infancia, pues es un primer peldaño en el reencuentro consigo mismos, en lograr volver a crear una trama con su vida, en desprenderse de su condición de sombras y niños que aún no logran ser adultos,o no consiguen superar la sensación de orfandad ( y se esconden en la fuga de los rituales o la negación). Gracias al vínculo firme y cómplice que forjan entre ambos quizá, a partir de ahora, puedan volver a sentirse junto a alguien, como han sentido el uno con el otro en esa amistad que les ha vuelto a hacer sentir que habitan la vida, el tiempo. Las excelentes composiciones de Alex Linstadt, integrante de Improvised sound limited, acompañan, y acompasan, el viaje de 'En el curso del tiempo'

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