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miércoles, 21 de febrero de 2018

A vida o muerte

El Otro mundo es el Amor, el Amor es el Otro mundo, aliñado con buen humor. 'A vida o muerte (A matter of life and death, 1946)', de Michael Powell y Emeric Pressburger, es una sorprendente comedia fantástica que parte de una premisa de lo más singular. Durante la segunda guerra mundial, a un piloto, Peter (David Niven), tras saltar sin paracaídas antes de que se estrelle su avión, afectado por los proyectiles de un avión alemán, se supone que le había llegado la hora de la muerte, pero debido a un despiste del 'intermediario' que debía 'recogerle', el guía 71 (Marius Goring), según este, por la maldita niebla británica, sigue unas horas vivo, en las que, casualidad, se enamora de June (Kim Hunter). Por eso, cuando vuelven para llevarle a ese Otro mundo, que no tiene nada que ver con cualquier Otro mundo que se conozca, sino que más bien tiene que ver con la mente de Peter (al que ha dado forma la guerra), él protesta, porque no hay derecho a que, por un error, en ese tiempo que no le correspondía vivir, justo encuentre al amor, por lo que apela para que se establezca un juicio en ese Otro mundo con el que se dilucide su suerte.
'A vida o muerte' juega con habilidad con varias bazas. Visualmente, alterna color y blanco y negro (obra del gran Jack Cardiff), el primero para nuestra realidad, y el segundo para ese Otro mundo. El mismo Guía 71, que es un atildado aristócrata frances, que fue guillotinado durante la revolución, comenta, en uno de sus 'descensos' a la realidad, que cómo añoran en el cielo el technicolor. Narrativamente, con hallazgos como el recurso al tiempo detenido cuando hace acto de aparición en la realidad alguien del Otro mundo, como el Guía 71. Se suspenden los gestos de aquellos presentes, excepto, claro, los del protagonista. Y, sobre todo, por el juego con la ambivalencia de lo que realmente está sucediendo. Si acontece en la cabeza del accidentado piloto o no esas suspensiones del tiempo o relación con Otro mundo. Paralelamente a la preparación de ese juicio en el Otro mundo, un psiquiatra, el doctor Reeves (Roger Livesey) le atiende, analizando sus 'visiones'. Su dictamen, la recomendación de una urgente intervención quirúrgica de su cerebro. Esa operación se realiza en paralelo al citado juicio, en el que actúa como abogado defensor, precisamente, el doctor Reeves, quien ha muerto previamente en un accidente automovilístico.
Con esta juguetona impresión equívoca se juega desde el principio. Peter se había enamorado de una voz, la de la controladora aérea, June, cuando informa de que su avión ha sido fatalmente alcanzado, por lo que debe saltar sin paracaídas. Su compañero, fallecido en el ataque, Bob (Robert Coote) le espera en la recepción del Otro mundo, atendida por una auténtica glam recepcionista (Kathleen Byron) , mientras ve cómo se les otorga las alas a los recién llegados tras firmar en el libro. Un toque distendido se adueña la narración ( los norteamericanos cogen en fila, con entusiasmo, unas coca colas en una maquina expendedora). Pero Peter despierta en la orilla del mar; parece que ni le ha matado la caída ni se ha ahogado. Camina por la playa y se encuentra ante toda una 'equívoca' visión, un chico desnudo rodeado de cabras, tocando una flauta, cual fauno. ¿Es una visión? ¿Dónde está?. Pero no, está en la tierra, en la realidad, y además a quién, de repente, avista es a la portadora de aquella voz de la que quedó prendado, June, que avanza con su bicicleta por el camino colindante a la playa. Ambos se reconocen, y ambos saben al instante que han encontrado el amor.
Hay recursos de guión que son casi 'marcianos' hoy en día, como las citas culteranas, sin caer para nada en la pedanteria, que los personajes realizan de obras de Raleigh, Scott, o en esa impagable secuencia en la que Peter y el guía 71 ascienden en esa 'eterna' escalera, flanqueada por grandes esculturas (su construcción se denominó 'Operación Ethel', supuso tres meses de labores: 106 escalones flanqueados por miniaturas de estatuas), mientras dirimen quién puede ser el ideal abogado defensor de Peter, ¿quizás Abraham Lincoln, Platon, Richelieu? (Impagable cómo ambos analizan con pros y contras si Platon sería el adecuado abogado; sí, era doctor sobre cuestiones como la percepción, pero en cuestiones sentimentales o sobre el género femenino no parecía el más receptivo o adecuado). Otros apuntes socarrones van dirigidos hacia los norteameticanos, que tienen otra representación en la figura del fiscal (Raymond Massey), el cuál fue el primer norteamericano que recibió una bala inglesa en la guerra de la Independencia, y cuya fundamental duda es si de verdad el amor de Peter es sincero, y no una justificación 'conveniente' para sortear la muerte (la suspicaz mentalidad pragmática y del cálculo).
Una de las más hermosas secuencias tiene lugar cuando Peter, el doctor Reeves, el guia 71 y Bob, vuelven a la realidad para conseguir una prueba del amor de June. Ésta es, en ese momento, testigo de la intervención quirúrgica en el cerebro de Peter. Ellos advierten una lágrima en su rostro, y la depositan en una rosa. Esa será una prueba clave, además de la posterior demostración de cómo ambos se sacrificarían por el otro, la definitiva prueba que convence al fiscal. Otro detalle socarrón sobre el guía71: muestra su perplejidad porque Peter quiera dar un beso a June aún sabiendo que ella no lo notará. El gesto de amor es lo importante, y eso será lo que ambos demostrarán en el juicio, ese entregado amor incondicional, que llegaría a sacrificar su vida por el ser amado. Por eso, sus momentos compartidos, como en el bosque, respiran esa eternidad hecha de instante expandido, como quien no deja de estirarse cuál gato.

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