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domingo, 4 de febrero de 2018

El vengador sin piedad

'El vengador sin piedad' (The Bravados, 1958), de Henry King, pone en cuestión la figura del héroe, y apunta hacia sus claroscuros, ya manifiesto en su título original, 'The bravados'; la bravura puede ser ciega, como el afán de justicia ofuscar el discernimiento. Y, por tanto, el héroe puede tener el criterio errado, y ser falible. Este implacable y sombrío vengador, Douglas (Gregory Peck), no está lejos del Ethan Edwards que encarnaba John Wayne o, fuera del género, el Achab que el propio Peck encarnó en 'Moby Dick' (1956), de John Huston. El género en estos años alcanzó sus más altas cimas, conjugando la densidad del mito, del arquetipo, y la corrosiva vena crítica, que no sabía de blancos y negros.
Este mismo año se produjeron dos de las más grandes obras que ha dado el género, y que inciden en lo que apunto: En 'Cowboy', de Delmer Daves un personaje, el que encarna Jack Lemmon, contrasta sus idealizaciones de lo que es la vida del cowboy con lo que es en realidad (en paralelo con la asunción de que el ideal amoroso puede no materializarse). En 'Hombre del oeste' (Man of the west), de Anthony Mann, se destripa la figura del hombre civilizado para mostrar las turbias raíces de su origen, el salvajismo de donde procede, su salvajismo larvado, como un gatillo presto a ser disparado. Ambas obras ya reflejan en sus títulos cómo abordan un arquetipo, y lo que hacen es desentrañarlo, quebrar cualquier imagen idealizada. Pero King, incluso, ya lo realizó antes. 'El pistolero' (The gunfighter, 1950), otra de sus grandes obras, con Peck también de protagonista, realizaba el proceso inverso a 'El vengador sin piedad'; partía de la figura del 'otro', de la figura siniestra de un pistolero, para ofrecer otro ángulo, el de hombre a ras de tierra, el rostro tras la máscara interpuesta (el estigma de las proyecciones de los llamados civilizados, los cuales, de paso, son mostrados en su mezquindad). Aún más, yendo atrás en el tiempo, en 'Tierra de audaces' (1939), ya mostraba los claroscuros del mito, como es el caso de Jesse James (Tyrone Power), que de adalid de la lucha contra el poderoso (cual Robin Hood) devenía en un personaje enajenado en su papel y misión, perdido en su 'sombra', extraviada su capacidad de justicia o compasión.
Douglas también es una 'sombra'. Queda descrito con precisión por la geografía que transita en su presentación, un desfiladero. Porque su interior es un desfiladero angosto, obcecado con un propósito. Douglas acude al pueblo de Río Arriba para asistir a la ejecución de cuatro hombres. En pocas secuencias, con admirable sentido de la sintesis, se nos describe personajes y circunstancias: La tensión que domina al pueblo, vigilante de forasteros que puedan venir en ayuda de los condenados; el visceral ansia de que se ahorque a esos hombres; la aparición de Josefa (Joan Collins), que no ha visto a Douglas en cinco años, y en cuya conversación se sobreentiende o insinúa, por un lado, que ella estuvo enamorada de él ( y aún lo está) y, por otro, que algo ha ocurrido en la vida de Douglas, por la sombra que asoma en su rostro ante las preguntas de ella sobre si se casó (él escueto contesta que sí); sombras cargadas de rabia que se evidencian cuando contempla a los cuatro condenados, tras reconocer al sheriff que lleva seis meses persiguiéndoles (el motivo poco después se conocerá: son los que cree que mataron a su esposa); la reticencia de un padre a que su hija se case con un chico del pueblo, porque aspira a que conozca a alguien de mayor posición en la 'ciudad'. Chica que,irónicamente, 'conocerá mundo' (ejemplo de un guión en el que no hay nada superfluo) cuando sea secuestrada por los cuatro condenados tras huir de la prisión (admirable secuencia la de la huida, aprovechando que el pueblo entero está en la iglesia).
Peck declararía años después que es una obra que se realizó contra el mccarthysmo, esa persecución implacable del sospechoso de simpatías comunistas durante esa década, y que había abocado a tantos al ostracismo, el exilio o la clandestinidad (Yordan, por ejemplo, firmó como 'tapadera' de Ben Maddow en 'Cuando ruge la marabunta', de Byron Haskin, o varias colaboraciones con Anthony Mann, desde 'Los diablos de la colina de acero' a 'La pequeña tierra de Dios'). También Peck reconocería que le había costado mucho lidiar con un personaje tan odioso. En la persecución, Douglas (vestido de negro) dará rienda suelta a su implacabilidad, tratando, y matando, sin piedad a los huidos que va capturando, pese a sus suplicas o su desconcierto ante su obstinada persecución, incluso, aunque hayan cruzado la frontera. Lo sorprendente, e inesperado es que estos hombres no fueron los que mataron a su esposa, de lo que tema consciencia enfrentado al último de los cuatro evadidos, Lujan (Henry Silva), no por casualidad el más templado y el más perspicaz (el que a diferencia de sus tres compañeros no se deja dominar por las 'bravatas'). No sólo el héroe no encuentra la catarsis de su venganza, de realizar su 'misión', sino que descubre que estaba equivocado, sin siquiera justificar sus asesinatos en el hecho de que fueran unos criminales y estuviera haciendo un favor a la Ley (y Justicia). La transcendencia de su 'misión' era, incluso, un error desde el principio, desde su mismo resentido afán de revancha, de retribución. El héroe, el mito, se revela como un ciego siervo de sus instintos lejos de cualquier real 'iluminación'. El tema principal de la excelente banda sonora de 'El vengador sin piedad'.

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