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sábado, 17 de febrero de 2018

Esposa de guerra japonesa

'Esposa de guerra japonesa' (Japanese war bride, 1952), de King Vidor, con excelente guión de Catherine Turney, según un argumento de Anson Bond, puntúa con agudeza y concisión las heridas aún no cerradas en la sociedad estadounidense de la posguerra, así como el rechazo, manifiesto o latente, a lo diferente, a lo 'otro'. Es una transfusión de espíritu de conciliación, un excelente melodrama que intenta suministrar luz a las sombras que ciegan, las sombras de los prejuicios raciales, las sombras de las rivalidades (incluidas las sexuales y sentimentales) que camuflan una pulsión de dominio, y las sombras de las heridas aún no cerradas que laten en forma de resentimiento y rechazo. Sombras amplificadas por las circunstancias presentes: en el propio país, las persecuciones del Comité de actividades antiamericanas, y en el exterior, la guerra de Corea, en la que Estados Unidos se había implicado por una cuestión más bien simbólica, ya que servía de transferencia, de campo de batalla por delegación, de la tensión de la Guerra fría con el bloque comunista.
Ya está admirablemente sugerido en los planos iniciales: Una pequeña y temblorosa luz tantea las opresivas sombras dominantes de un campo de batalla en Corea, en la que se distingue a un aturdido Jim (Don Taylor) que cae desmayado. La imagen tiembla en la transición a un plano de Jim postrado en la cama, que despierta. Su mirada borrosa, se enfoca y distingue el luminoso rostro de la enfermera que le atiende, Tae (Shirley Yamaguchi), a la que no tardará en declarar su amor. En la secuencia en la que pide a su abuelo el permiso para casarse se da la primera colisión, la de las costumbres diferentes. El abuelo les da su bendición, porque desea la felicidad de su nieta, pero no deja de apuntar que no está seguro de si están realizando lo correcto, anticipando las diversas colisiones que sufrirán cuando se asienten en la granja de los padres de Jim en California.
Conviene destacar un aspecto insólito de esta producción en aquellos años: el hecho de mostrar no sólo una relación amorosa interracial, sino de abogar por ella, cuando aún el Código de censura remarcaba que en la pantalla no podía mostrarse (añádase que los actores son realmente orientales, no actores occidentales caracterizado como tal), y no fue hasta 1957 cuando perdió vigencia ese apartado de la censura. Por otro lado, Vidor elige una estrategia de estilo que hace más próximo el conflicto ( o el 'problema'). Deja de lado los recursos más artificiales del melodrama, para optar por un estilo realista, inmediato, rodando en las localizaciones reales en California, o mostrando las dinámicas de trabajo, como el almacén de lechuga de los vecinos de ascendencia japonesa, los hermanos Shiro y Emma Hasagawa. Aunque parezca que la presencia de éstos implica una convivencia armónica, la llegada de Tae pone en evidencia las tensiones latentes. Sea las citadas heridas del pasado no cerradas, como es el caso tanto de la vecina cuyo hijo murió en la guerra a manos japonesas ( y que no puede soportar estar en presencia de Tae, o que aluda a los Hasagawa como estadounidenses) o el padre de los Hasagawa, remiso a socializarse porque aún siente resentimiento por el hecho de que le recluyeran en un campo de concentración durante la guerra.
Asoman las incomodidades ante lo 'otro' (en cuanto 'extraño'), o las dificultades de asimilación, como en el caso de la madre, cuando en la cocina se le cae un plato a Tae (del mismo modo que se revela que la madre hubiera deseado que su hijo se hubiera casado con una compatriota), porque no deja de ser la presencia de Tae una ruptura de esquemas, con las que esforzadamente la madre intenta lidiar por el bien de su hijo. Y también asoman los prejuicios, caso del amigo de Jim, el cual, borracho, en una fiesta, manifiesta lo que seguramente otros piensan, que Tae es una geisha ( porque no se concibe que de otro modo un soldado norteamericano conociera a una japonesa). O la expresión de una mujer cuando descubre, con sorprendida repulsión, en el hospital, que el niño de rasgos japoneses es hijo de un compatriota, de Jim.
Y, por añadidura, la ponzoña de las rivalidades sentimentales o sexuales, encarnadas en la nuera de Jim, Fran (Marie Windsor), que no oculta que siempre ha estado atraída por él, y no duda en confesárselo aunque esté casada con su hermano. Su animosidad con respecto a Tae es manifiesta desde un principio, por este aspecto, y por otras cuestiones, como el hecho de que la familia de Tae en Japon tuviera sirvientes (como si eso le hiciera sentir por ello inferior). Hay quien ha visto ( o querido ver) en la lid entre estas dos mujeres un reflejo simbólico de la demonización de la mujer independiente, que había hecho sentir amenazado el dominio de lo hombres tras la guerra (fantasmas agudamente reflejados sobre todo en el film noir), y la apología de la mujer servil representada en Tae ( la mujer domestica), cuando Tae trabajaba de enfermera. A este respecto sólo hay que recordar que Vidor realizó ese mismo año 'Pasión bajo la niebla', una de sus obras maestras, en la que relataba la insurrección de una mujer al verse rechazada por el hombre que amaba por el hecho de no pertenecer a su clase, convirtiéndose en una poderosa empresaria que de paso arruinaba al hombre que la despreció por sus prejuicios de clase. En Fran anida más bien el despecho de quien ve amenazado su dominio por la intrusión de un 'cuerpo extraño', y es capaz de intentar destruirla (escribiendo un anónimo al padre de Jim en el que 'insinúa' que el hijo de Jim y Tae es fruto de la relación de ésta con Shiro) para 'expurgarla' (de nuevo, ecos o sombras de la persecución del comité de actividades antiamericanas). Frente a esta actitud destructiva está la resistente actitud constructiva de Jim, reflejada bellamente en la casa que edifica para poder vivir los dos ya de manera independiente. Y rubricada en los hermosos, y exultantes, pasajes finales, cuando Jim sigue la pista de la desaparecida Tae ( con su bebé), tras recibirse el anónimo, que culmina catárticamente con su abrazo, de modo significativo junto a un acantilado. Porque al fin y al cabo su amor, su anhelo constructivo y conciliador, seguirá viviendo en el filo, entre las sombras de un entorno que difícilmente expurgaran sus heridas no cerradas, sus prejuicios y sus soberbias.

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