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miércoles, 14 de febrero de 2018

Trágica información

‘Sólo hago mi trabajo’ es una frase que puede poseer unas resonancias de lo más siniestras. Es la frase hecha del esbirro, del que encoge los hombres cuando realiza una acción que puede ser cruel, injusta o aberrante, porque cumple unas órdenes, aplica unas leyes o ejecuta unas decisiones que son de otros, de sus superiores o de abstractas e indeterminadas altas instancias (es un mero instrumento, un mediador, un mando intermedio o cerril y obtuso ‘mandado’, una mente funcionarial). Aunque puede ser incluso cínico, cuando realiza unas acciones que se presuponen necesarias para competir exitosamente en una profesión y triunfar, escudado en la inclemente ley de la supervivencia como mandato de conducta (o sea, según las reglas del Sistema, él no es responsable), sin consideraciones de lo que se humilla o avasalla para conseguirlo. Esa frase la suelta el periodista McCleary (John Derek) en la primera secuencia de ‘Trágica información’ (Scandal sheet, 1952), de Phil Karlson, tras que la testigo de una muerte le haya narrado con desesperación y horror los hechos, pensando que él era un policía (es lo que él le había hecho pensar). Ante sus protestas, por haberla hecho sufrir innecesariamente, McCleary, desplegada la sonrisa cínica, responde, ‘Sólo hago mi trabajo’, lo que quiere decir, conseguir esa noticia, sin tener tapujo alguno en los medios, que sea portada en el periódico en el que trabaja, 'Express'. Es un esbirro del periodismo ‘amarillo’, que prioriza lo escabroso o escandaloso (scandal sheet/página de escándalo), porque es lo que vende.
Como dice el director del Express, Chapman (Broderick Crawford), el modelo de cinismo pragmático para McCleary, el lector no quiere alta cultura, entrevistas con grandes figuras, análisis de fondo. Quiere carnaza, saciar sus instintos más bajos, distraerse con sucesos criminales. Eso lo que ha conseguido que hayan aumentado las ventas del periódico, como alega a los socios principales que ponen en cuestión la baja estofa de las noticias que ocupan los titulares. Se puede decir que es el opuesto, en cuanto a planteamientos éticos, al periódico que dirigía el personaje de Humphrey Bogart en ‘El cuarto poder’ (1952), de Richard Brooks, o el de ‘Yo creo en ti’ (1947), de Henry Hathaway, el periodismo comprometido que busca la entraña de la verdad o denunciar injusticias. Seguramente sería más del gusto del presidente del periódico, encarnado por Vincent Price, en ‘Mientras Nueva York duerme’ (1956), de Fritz Lang, y es probable que no dudaran en colaborar en sus páginas los personajes que encarnan Kirk Douglas y Burt Lancaster en, respectivamente, ‘El gran Carnaval’ (1950), de Billy Wilder y ‘El dulce sabor del éxito’, de Alexander MacKendrick.
En el otro lado del cuadrilátero del núcleo dramático de ‘Trágica información’, que adapta una novela de Samuel Fuller (The dark page, 1944, que estuvo a punto, por esas fechas, de ser llevada a la pantalla por Howard Hawks, con Edward G Robinson y Humphrey Bogart), está la periodista Julie (Donna Reed), último resquicio de quienes siguen las pautas de lo que era el periódico antes de que lo dirigiera Chapman, esto es, no recurre a hacer lo que sea, aprovecharse de otros, para conseguir la noticia espectacular. Y se mantiene porque aún quedan lectores, pero menos, como ella misma reconoce, que sigan sus artículos. Participa de su misma actitud o código ético Charlie (Henry O’Neill), anciano que encuentra en el alcohol el aturdimiento necesario para asumir que su tiempo ya es el del pasado, pero no por una cuestión de edad, sino por su integridad (es la encarnación de lo que era el periodismo antes). ‘Trágica información’ toma pronto los derroteros del thriller, más que de la denuncia de modo directo, aunque sus cargas de profundidad resuenan en las acciones. Ya en el mismo hecho de que Chapman, quintaesencia de la doblez, se vea involucrado en un crimen accidental al rencontrarse con alguien del pasado que puede comprometer su presente, o proporcionar ‘un escándalo de primera página’ al dejar en evidencia sus vergüenzas pretéritas. Lo irónico es que ese pasado, encarnado en su esposa, que tenía arrinconado en su memoria desde hace veinte años, cuando su identidad era otra, lo encuentra en una reunión de ‘Corazones solitarios’, ejemplo de cruel evento explotador de las emociones y necesidades ajenas. Descarnado detalle: las muñecas que ella se cortó cuando él la abandonó.
Más ironía aún es que su ‘cachorro’, McCleary se empecine en investigar esa muerte, porque a diferencia de lo que cree la policía, un accidente al caerse en la bañera, él cree que es asesinato, lo que pone a Chapman en la paradójica situación de tener que apoyar a quien puede descubrirle. Lo que él ha instruido se volverá contra él, porque McCleary se involucrará de un modo, emocionalmente, que no había hecho hasta entonces. Se convertirá en un genuino periodista que desentraña, no que engaña y manipula para buscar una portada espectacular. Esa implicación en la búsqueda de la verdad de la noticia, más que en una condición de instrumento para conseguir portada, determinará, en el proceso, una toma de conciencia de que, como esbirro que ‘sólo hacía su trabajo’, no había sido sino un ‘estúpido esclavo’, el aprendiz de brujo de un mezquino manipulador.
Karlson narra con una fluida precisión, creando momentos de notable tensión (todo lo concerniente al estupendo pasaje en el que Charlie descubre que Chapman es el asesino: sus denodados esfuerzos, dado el ruido a su alrededor, cuando intenta hacerse entender por teléfono en el bar; el encuentro en el callejón con Chapman), logrando incluso, con perversa habilidad, que nos pongamos en la piel de Chapman en las diversas ocasiones en que puede ser descubierto (o cómo sufre, el que está habituado a controlar y manipular, la agónica incertidumbre de lo imprevisible). Otro estimulante film noir a añadir a los que realizó Karlson en esta década, 'El cuarto hombre' (1952), ‘El imperio del terror’ (1955), ‘Los hermanos Rico’ (1957) y, especialmente, ‘Calle River 99’ (1953).

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