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martes, 8 de mayo de 2018

Brigada homicida

Brigada homicida (Madigan, 1968), de Don Siegel. es una apasionante obra que gravita sobre la idea de la falibilidad, ya sea sobre el reglamento de una ley, un modelo o ideal de relación (sea de pareja o paternofilial), o un precepto moral. O, simplemente, que por mucho que te esfuerce tus propósitos pueden verse frustrados, sea por interferencias ajenas o tus propios errores, o su combinación. Y cuestión añadida: ¿Cómo confrontar principios y sentimientos, cuando entran en conflicto a la hora de tomar decisiones?. Ese arco, siempre en tensión, entre el azar, que puede teñirse con las sombras de la adversidad, y el rígido afán de control que se empeña en ajustar la realidad, incierta y vulnerable a las contradicciones o paradojas, a un modelo preestablecido, se dota de cuerpo dramático en el contraste entre las dos perspectivas que se alternan en la narración, impecablemente perfilada en el guión de Abraham Polonsky y Howard Rodman, que adaptan una obra de Richard Dougherty: las de Madigan (Richard Widmark), detective de policía y Russell (Henry Fonda), comisario jefe.
Madigan siempre ha rechazado los ascensos porque prefiere vivir la agitación de la vida a ras de suelo, siempre expuesto; el segundo, cual severo sacerdote de la ley desde las alturas de su despacho, personifica el enfrentamiento permanente entre la observación estricta de las ideas, de la ley, y lo real, las convulsiones de las circunstancias particulares. Para Russell, el reglamento es sagrado, y desprecia a Madigan por, repetidamente, no ajustarse a las reglas, porque un policía, además de hacer cumplir la ley, él mismo debe cumplirla. Para Madigan, Russell es alguien que ve la realidad a través dualidades rígidas, lo que está bien y está mal. En el pasado, cuando comenzaron como policías, Russell no aceptó un pavo que les ofrecía generosamente un tendero, aunque no fuera como moneda de intercambio de favores, lo que define su rigidez.
En la primera secuencia, Madigan y su compañero Rocco (Harry Guardino), al ir detener a un delincuente, Benesch (Steve Ihnat), para llevar a interrogarle (un interrogatorio rutinario), cometen el error de distraerse al contemplar la mujer desnuda que le acompaña, lo que propicia que Benesch se apropie de sus armas. Más que su torpeza, por mucho que Madigan esté considerado un gran profesional, a Russell le irrita que hayan realizado un acción policial fuera de su distrito, es decir, una afrenta a las reglas. Su reacción es exigirles que detengan a Benesch en el plazo de 72 horas sino quieren verse penalizados (aparte los 5 días sin sueldo por perder sus pistolas), una presión que les coloca a ambos en el filo. Pero Russell tiene también sus dilemas. Ha descubierto que el jefe del policía del distrito, antiguo amigo de la infancia, Kane (James Whitmore) ha aceptado sobornos, lo que considera una traición, a él y a las sacras reglas, un fallo moral, una decepción. Su severidad se ve puesta en evidencia cuando Kane le revela que fue para proteger a su hijo. ¿Qué hubiera hecho él, que no es padre, optar por su hijo o por los principios y las reglas?. Además, un sacerdote, otra figura especular con respecto a Russell, le presiona porque considera que unos policías torturaron a su hijo, el cual tenía antecedentes policiales ( delitos con menores): ¿ésto justifica lo primero? y ¿realmente se realizaron esas torturas?. Principios y sentimientos entran de nuevo en conflicto, y permanece irresuelto al finalizar la película.
Por su parte, Madigan brega con la tensión de su relación marital. Julia (Inger Stevens) se queja de que, por su trabajo, disponga de poco tiempo que dedicarle a ella, ¿por qué no pueden ser como otras parejas? ¿por qué la realidad no puede ser como el modelo deseado?. Pero Russell también se enfrenta a conflictos en su relación sentimental, con una mujer casada, Tricia (Susan Clark). Cuando él, tras que ella le haya planteado por qué es tan reservado, por qué es tan difícil llegar a su corazón, comparta, airado, cómo se siente traicionado por su amigo, ella le replica que no tiene derecho a ser tan severo cuando la relación que ellos mantienen tampoco se ajusta a sus rígidos principios morales. Una contradicción que Russell no parece asumir ( y que puede ser raíz de que no se entregue del todo en la relación). Siegel orquesta este complejo entramado, que combina un percutante realismo con una honda carga alegórica, con una precisión y un vigor narrativo admirables, definiendo a los personajes por los ambientes que transitan, porque son parte integrantes de los mismos. Un modélico ejemplo de cómo realizar una intensa obra de género conjugada, sutilmente, con unas corrosivas y densas interrogantes que son las que siguen resonando tras que finalice la obra: cómo conjugar principios y sentimientos, lo que pone en cuestión, por añadidura, qué define realmente lo falible. Don Costa compuso una excelente banda sonora.

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